miércoles, 18 de julio de 2012

A por un frente de unidad anticapitalista

La tormenta no para. Si la situación económica de España es ya de por sí más que lamentable, lo único que hace falta para enfurecer aún más el fuego de la creciente tensión social es que el presidente del gobierno se ponga a enumerar uno por uno los recortes (él los llama "reformas" o "ajustes") que va a llevar a cabo con una pasmosa normalidad y sin variar el tono de voz lo más mínimo en el dantesco espectáculo que supuso el debate sobre el estado de la nación, mientras en las calles de Madrid los mineros y los que se manifestaban junto a ellos recibían su "correspondiente medicina para cerrar la boca (excepto, claro está, que sea para celebrar eurocopas y mundiales)".

Si uno miraba las calles de Madrid y luego echaba un ojo dentro del Congreso pareciera que se trataba de dos países en dos situaciones completamente diferentes. Mientras en la calle las brigadas de antidisturbios cargaban, cual perros de presa mandados por el amo, contra las columnas de mineros que llegaron a Madrid y contra todo aquel que los secundara, convirtiendo el centro de Madrid en un polvorín en el que se respiraba el mismo aire de represión que en cualquier dictadura militar, en el Congreso de los Diputados, un sereno Mariano Rajoy enumeraba cada uno de los recortes que iba a llevar a cabo su gobierno como quien está leyendo la lista de la compra, siendo jaleado entre aplausos (y algún que otro comentario más propio de una reyerta callejera que de unas Cortes Generales) por la camarilla de defensores de la banca, la especulación, los defraudadores y los intereses privados en cada una de las pausas. El ambiente entre las filas del ala más rancia y reaccionaria del Congreso parecía festivo por momentos.
Quizás hubiese un buen motivo para tanto festejo, no eran ellos los que sangraban en las calles. Tampoco eran sus bolsillos los que iban a ser sangrados. No era su sanidad la que estaba en peligro. No era su sistema educativo al que estaban descuartizando. No eran sus sueldos ni sus pensiones a las que estaban pegando el hachazo. No son sus familias las que están pasando más dificultades en estos momentos.


Al ser fieles lacayos del capital financiero, por muy alarmistas que se pongan a veces, tienen una sensación de seguridad propia de quien se ve y se sabe arropado por los grandes poderes de la oligarquía financiera, por eso, aunque las calles ardan en llamas, aunque haya ciudades enteras sitiadas cual estado de guerra, aunque tengan a la masa social golpeándoles en la misma puerta, tienen la seguridad y la soberbia de quienes saben que si las cosas se les complican demasiado siempre dispondrán de un salvavidas en alguna entidad (nacional o extranjera) de las que mueve millones y millones de euros.

Más impuestos, más recortes, siguen perdiendo los mismos. La fórmula no cambia a pesar de los continuos y demostrados fracasos. En lugar de perseguir con dureza el fraude fiscal (más del 70% del fraude fiscal total corresponde a las grandes empresas), gravar más a las rentas más pudientes, eliminar las pagas vitalicias de los diputados, reducir los estratosféricos salarios de los mismos, incompatibilizar el servicio público con cualquier otra actividad privada de lucro, reducir los gastos militares y policiales, o exigir a la Iglesia que pague sus impuestos como todo el mundo, en lugar de todo ello se opta por reducir los salarios a los funcionarios (aumentando además su jornada laboral), aumentar la precariedad laboral (ellos lo llaman "flexibilizar el mercado laboral"), reducir las indemnizaciones por despido, acelerar el aumento de la edad de jubilación a los 67 años, recortar el presupuesto de los servicios públicos esenciales y de sectores como la minería del carbón (lo que redundará en que miles de familias se encuentren sin nada con lo que subsistir) mientras por otro lado los caciques pretenden hacer negocio importando carbón desde Colombia o desde Polonia, subir todos los impuestos de forma generalizada, socializar las pérdidas de la banca privada (ellos lo llaman "regulación de los activos tóxicos") mientras se amnistia a los grandes defraudadores (que todo quede entre amiguetes), se "nacionalizan" bancos para que sea el Estado (es decir, el ciudadano) el que se ocupe de sanearlos para luego privatizarlos de nuevo, y se piden rescates multimillonarios cuya devolución será cargada a los ya muy mermados bolsillos de los contribuyentes. Todo esto sin que mejoren lo más mínimo las percepciones salariales de los trabajadores. Así lo quería la tropa de tiburones desalmados que componen la troika.
En la reestructuración que está sufriendo el sistema capitalista tienen que dejar claro quiénes son los que formarán parte de la clase dirigente, los que disfrutarán de los lujos y de plena libertad, y quiénes serán los oprimidos, los perdedores a los que les tocará sostener por ley a la casta dominante en el nuevo orden que surgirá cuando el proceso haya terminado.

Aunque esto a muchos les parezca nuevo, no es nada nuevo, nos estamos enfrentando otra vez al antiguo régimen. Esto ya lo previó Marx hace más de 160 años, es una lucha de clases. La lucha de los oprimidos contra el patriarcado, contra la minoría explotadora.

Ante esta situación son cada vez más los sectores laborales y sociales los que se declaran en rebeldía, los que hartos de callar y tragar muestran su creciente rechazo por las políticas de unos gobiernos para los que la codicia voraz de la banca y las grandes empresas son prioridad absoluta, a los que permiten lucrarse a costa de los derechos y los bienes del pueblo.
Los interminables recortes sociales, las continuas subidas de impuestos, el trato privilegiado a la banca y las grandes empresas, las amnistías fiscales a los grandes defraudadores, la estafa al pueblo para beneficiar a las oligarquías financieras, el fraude democrático y la tiranía encubierta han rebasado ya por bastante el límite de lo tolerable. Y es por ello por lo que trabajadores de todos los gremios se están levantando contra el gobierno, y cada vez en mayor proporción. Pero cometen un error, y es que cada sector hace su lucha particular por separado, cada uno hace su manifiesto por separado. Ya hemos podido comprobar en varias ocasiones cómo en un mismo día se convocan varias manifestaciones, pisándose a veces las unas a las otras.

Para hacer ceder al gobierno, los trabajadores de todos los sectores laborales se deben unir en un frente común y cohesionado, pues solo así la masa social tendrá la fuerza suficiente que consiga frenar y doblegar este proceso de empobrecimiento y esclavizamiento encubierto de los trabajadores. Porque a través de múltiples y divididos frentes lo máximo que se consigue hacer es ruido, pero sin la fuerza suficiente para que suponga una amenaza real al régimen establecido. Por esa razón existe una brutal campaña de deslegitimación y división de la lucha obrera, ya sea criminalizando manifestaciones, provocando altercados de los que luego se culpa a los manifestantes, cargando contra la lucha sindical, chantajeando a todo el que quiera sumarse a las movilizaciones o incluso infiltrando a individuos en las organizaciones ciudadanas con el fin de desviar los movimientos y debilitarlos. Usan todo de tipo de artimañas para generar crispación y división entre los propios trabajadores, como ya se ha dado el caso en varias de las organizaciones que surgieron del movimiento 15-M, si bien esta tarea también ha sido facilitada por la excesiva heterogeneidad y la ambigüedad ideológica en algunos casos.
Pero los trabajadores debemos ser conscientes de ello, debemos ser conscientes de que las instituciones no nos van a apoyar, y que sólo unidos tendremos una oportunidad de vencer y parar la injusticia que está sufriendo el pueblo trabajador con la excusa de una crisis que no es más que el mejor de los negocios para las capas más altas de la casta capitalista dominante en estos tiempos de cambio.

Ante esto, todos los trabajadores, todas las organizaciones y todos los sindicatos de izquierda con conciencia de clase (incluyendo a las bases críticas de UGT y CCOO, pues ahí también hay gente que lucha honestamente por unos principios y por la justicia social) deben confluir en las ideas que comparten bajo la premisa irrefutable de que todos ellos forman parte de la clase trabajadora, a la que el gobierno capitalista y sus mandamases oprimen, y unirse en un frente común anticapitalista que sea capaz de responder con firmeza a los zarpazos del gobierno y de la insaciable troika.
Pero para combatirlos y tener una posibilidad de éxito no basta solamente con tener buenas intenciones, se necesita tener claro contra qué se lucha, que no es sólo un gobierno sino el sistema capitalista bajo el que rige su política. Por ello los trabajadores precisan de organizarse y alinearse en torno a un manifiesto común que defienda un programa valiente que tenga como fin democratizar la economía y la sociedad, poniendo la economía al servicio de la sociedad y no al contrario como sucede ahora, un cambio que sólo puede empezar a darse realmente tomando los centros de trabajo, atacando las bases de la propiedad capitalista en donde se oprime y se chantajea al trabajador.

Tenemos que asumir que el raquítico Estado del Bienestar no va a volver, porque está siendo desmantelado. La guerra ya ha sido declarada, por lo que no nos queda otra que luchar, y es imprescindible que lo hagamos unidos, por una democracia de trabajadores, si queremos lograr una verdadera justicia social.



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