jueves, 7 de junio de 2012

Reformismo VS Revolución

Hace algunos años, los que un día se definieron como "verdaderos" representantes de la clase obrera en la Europa occidental, suavizaron el discurso, rechazaron unas cuantas de las ideas originales de la izquierda revolucionaria y aceptaron el reformismo parlamentario dentro del propio sistema capitalista como vía para realizar los cambios que requería la política para adaptarla a la clase obrera.

Al parecer las políticas y el desarrollo del sistema capitalista moderno dieron lugar a que la mayoría de partidos comunistas de la Europa occidental modificaran sustancialmente su ideario y se convirtieran en partidos más reformistas que revolucionarios propiamente dicho.

Desde entonces ha habido sectores de estos partidos, y prácticamente de la totalidad de la izquierda socialdemócrata, que pensaron que mediante reformas en el parlamento se podría cambiar o "amoldar" el sistema en mayor o menor medida para los intereses de la clase trabajadora. Y aunque el empuje de las fuerzas de clase obreras hicieron a estos partidos ejecutar reformas que brindaron a los trabajadores un sistema de seguridad social y unos derechos laborales más amplios (como la jornada de 8 horas, derecho a una pensión, jubilación a los 65 años, derecho a huelga, entre otros), las bases del sistema capitalista se han mantenido, las relaciones empleador-empleado no han cambiado, las relaciones en la empresa en general no han cambiado, el patrón ha seguido beneficiándose de las plusvalías de sus empleados, el beneficio individual ha seguido primando sobre el beneficio colectivo.

Las épocas de bonanza sumadas a la labor de unos medios de comunicación de masas financiados por el gran capital nacional e internacional han sido fundamentales para distraer y adormecer la consciencia social de la población, pasando en su mayoría a sentir más cercanos los pormenores de sus equipos de fútbol que los sucesos que tuviesen lugar en materia política, económica o social, independientemente de que les afectaran en mayor o menor medida, sucesos que además se matuvieron siempre bajo un discurso de lenguaje muy técnico para evitar así el interés general, haciendo creer a la ciudadanía que la política está reservada únicamente a un sector de la sociedad muy especializado: la clase política.
De esta manera, con el paso del tiempo, se consigue una sociedad dócil, desmovilizada, perezosa, una sociedad que ha olvidado su consciencia de clase, y que por consiguiente está totalmente desligada de cualquier teoría o programa político, así como de los problemas que como clase social han de enfrentar.

Estos son los graves estragos sociales que las políticas del llamado neoliberalismo llegan a provocar en un sistema dominado por los grandes lobbys y oligopolios del capital financiero.

Ahora, en plena crisis estructural del sistema capitalista, en la que estamos viendo cómo las democracias burguesas van degenerando en regímenes tecnócratas en los que las políticas son dictadas por los grandes bancos, los consejos directivos de las grandes empresas y la élite financiera en general, vemos que dichas políticas van encaminadas únicamente a mantener los privilegios de esa élite (que no supera el 1% de la población mundial) y a seguir aumentando los beneficios de éstos a costa del resto de ciudadanos, aunque eso signifique hundir a países enteros en la quiebra económica más absoluta, aunque eso signifique legalizar la esclavitud.

Los recortes decretados por los sucesivos gobiernos en materia de derechos laborales de los trabajadores (reformas laborales), precarizando al extremo sus condiciones, abaratando las indemnizaciones por despido, eximiendo a las empresas de obligaciones legales para con sus trabajadores; los recortes de las pensiones, el aumento de la edad de jubilación, los recortes en inversiones públicas fundamentales como la educación y la sanidad (produciendo el ahogo económico y traduciéndose en el cierre de plantas e incluso de hospitales enteros), la introducción de impuestos absurdos y abusivos -como el copago sanitario o el canon digital- la abusiva y desproporcionada subida de las tasas universitarias, la eliminación de los fondos públicos para la dependencia o para la oficina contra el maltrato a las mujeres, mientras que por otro lado se inyectan miles de millones de euros para tapar los pufos de la banca privada, se malgastan otros tantos miles de millones en infraestructuras inútiles sin otra motivación que la de ganar votos en campaña electoral (como por ejemplo el aeropuerto de Castellón, inaugurado, sin un solo avión, con fines electorales por Alberto Fabra, del PP valenciano, y confesado por él mismo), y se aumentan los gastos militares y policiales -por si hay que reprimir-; todo este cúmulo de despropósitos dejan ver a todas luces que las necesidades del pueblo son la última preocupación de estos gobiernos de usurpadores, que su prioridad se limita en no perder el favor de las élites financieras, de los mercados como ellos los llaman.

Cabe en este caso analizar con rigor el supuesto proceso democrático que tiene lugar en España (y podríamos decir en todo Occidente), dado que los gobernantes que surgen de estos procesos supuestamente democráticos, que pertenecen siempre a uno de los dos partidos hegemónicos, responden únicamente a los dictados de Bruselas y Berlín, ignorando y ninguneando de manera general las peticiones de su propio pueblo, como si a éste no le debieran cuentas.
Dadas las circunstancias, no es descabellado afirmar que aquí, como en Grecia o en Italia, se está produciendo el secuestro de la democracia.
Aunque estos hechos tampoco son nuevos, lo único que ha cambiado es que en el contexto actual de crisis las evidencias de la falta de democracia real en los sistemas de democracia representativa (o dictadura de los mercados) son más visibles.

A estas alturas, la población más o menos mayoritaria de España es consciente de la necesidad de cambios muy profundos tanto en el sistema político como en el económico, pero muchos aún piensan que dichos cambios los podrá llevar a cabo otro partido político en el poder. Piensan que bastará con votar a otras siglas. Sin duda un partido político con un verdadero programa de izquierdas (y que no se desvincule de su programa al llegar al poder) ayudaría a abrir el camino a esos cambios, pero la solución real no llegará desde arriba. La crisis es del sistema entero y el creer que el sistema se solucionará desde arriba, desde las instituciones del mismo, es caer en un gran error.
En primer lugar porque una cosa es el gobierno y otra cosa es el poder. El poder económico que gobierna el país luchará con todos sus medios para proteger sus privilegios. Ningún banquero aceptará la cancelación de la deuda soberana o que se nacionalicen sus bancos para una gestión más transparente y democrática. Ningún empresario aceptará aumentar los salarios de sus empleados, ni que le obliguen a cumplir escrupulosamente los convenios colectivos y sus obligaciones legales. Ningún magnate de las comunicaciones aceptará abrir sus medios para la reflexión y la expresión libre de los ciudadanos, no consentirá que se generen opiniones contrarias a sus intereses políticos y económicos.
Unos amenazarán con sacar sus fondos del país, otros con deslocalizar sus sedes y fábricas, o directamente situarlas en otros países, algunos amenazarán con el cierre y otros boicotearán o bloquearán el suministro de productos básicos.
Cuando todo esto suceda, ¿qué creen que hará el gobierno del Estado? ¿perseguirles y condenarles? El gobierno de un Estado capitalista hará lo más fácil, que es ponerse del lado de los que tienen el poder económico. Y esto tenemos que tenerlo muy claro las personas de clase trabajadora: el Estado capitalista no se va a enfrentar a quienes lo financian para hacer justicia social con la clase trabajadora.

Por otra parte, sería injusto no reconocer que hay reformistas de izquierda moderada con buenas intenciones, pero su problema es que parten de la idea de que la clase trabajadora no tiene capacidad ni vehículos para acometer los cambios que se precisan, y que por tanto son ellos los únicos que podrían imponer esos cambios desde arriba. Pero dada la experiencia que recorre la política española, es fácil que los ciudadanos se decepcionen con este tipo de promesas de "cambio", dado que ya fuese la izquierda o la derecha reformista, resulta que todos los cambios iban dirigidos siempre en la misma dirección y con la misma idea: que la riqueza está en las empresas privadas y que los trabajadores son parte de la mercancía de éstas. Como consecuencia de esta forma de pensar, cada nueva reforma laboral traía un nuevo paquete de recortes en derechos laborales para los trabajadores, y más facilidades para las empresas para realizar despidos y bajar salarios aumentando las jornadas de trabajo. Pues no olvidemos que quiénes debían recibir los beneficios, por encima de todo, son las empresas.

Ante estas circunstancias, el ciudadano de clase trabajadora puede comprobar que la política reformista dentro de un sistema capitalista no está concebida para atajar de raíz el problema de la explotación laboral, en el mejor de los casos la suaviza, pero no soluciona el problema. Y como consecuencia impide la emancipación de la clase trabajadora y la mantiene como una clase dependiente de los grandes poderes económicos.

Llegados al momento actual, cuando la crisis de Occidente no es sólo financiera sino de la propia estructura de su sistema económico -basado en la especulación financiera-, las reformas cada vez más agresivas exigidas por los mercados -que son el eje sobre el que gira el sistema- están polarizando la sociedad de una forma que están generando una división social cada vez más acentuada: los ricos, que son cada vez más ricos, que son una minúscula minoría, son los dueños de las grandes empresas y los grandes bancos, y acumulan miles de veces la riqueza del resto, que está formado por las clases medias, medias-bajas, y la clase baja, entre los cuales el umbral de la pobreza sube como la espuma y la calidad de vida desciende de manera alarmante, llegando cientos de miles de ellos a perder el techo que tenían y verse obligados a mendigar.
Está visto que cuando todo el sistema corre peligro de saltar por los aires, los primeros en salvarse serán los poderosos, los dueños del mundo, a costa del populacho, que será el gran sacrificado y sobre el que se sustentará la supervivencia de los poderosos, en un símil a lo que ocurrió con el hundimiento del Titanic, en donde la clase baja era la última con derecho a salvarse.

Por estas razones la clase trabajadora debe entender que el reformismo es insuficiente para lograr la adecuada justicia social, puesto que éste no pretende cambiar el sistema, y no puede haber justicia social en un sistema cuya base consiste en aprovecharse de las desgracias ajenas, en competir con el vecino para llegar más alto que él.
Por eso el cambio de sistema no puede venir desde arriba, sino que ha de venir desde abajo, desde las masas, desde las calles, en donde todas las voces suenan igual de alto. Aquí es donde más debe luchar un verdadero partido revolucionario que defienda la causa de los trabajadores.
Los cambios que se requieren son tan grandes que no pueden limitarse a meras reformas en el sistema actual, sino que ha de sustituirse por otro nuevo, un sistema que garantice la misma protección social y jurídica a todos, que dé a todos los mismos derechos y las mismas oportunidades (no solo en el papel sino también en la práctica), que eduque al pueblo en materia social, política y económica, un sistema donde el pueblo pueda participar activamente. Debe ser una revolución, para poder romper totalmente con el antiguo régimen y sentar las bases para construir una sociedad más justa, más igualitaria, más solidaria, más colaborativa, más democrática, y abandonar los antiguos valores individualistas, egoístas y oportunistas de la sociedad capitalista.
Pero todo esto choca frontalmente con los intereses de las élites gobernantes, que para mantener sus privilegios y su posición dominante no dudarán en recurrir a la violencia y la represión si hace falta. Por eso la clase trabajadora no podrá limitarse a recibir golpes y deberá defenderse y organizarse para conseguir realizar los cambios revolucionarios que busca, para liberarse del yugo de la opresión de las élites dominantes.

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